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viernes, 4 de febrero de 2011

La relación entre policías y ciudadanos como un factor de inseguridad ciudadana

Por M. Ulises Urusquieta Salgado,Coordinador del proyecto La policía que queremos: hacia un nuevo modelo de policía e investigador Asociado del Taller de Asuntos Públicos en México.

Si el objetivo principal de las instituciones de seguridad es velar por el bienestar de los ciudadanos, defender las garantías y el cumplimiento de las leyes, entonces, ¿por qué el ciudadano desconfía de las instituciones de procuración de justicia y sobre todo de los policías?

La respuesta es contradictoria, porque las instituciones encargadas de proteger a los ciudadanos son las que más desconfianza e incertidumbre les provocan. En gran parte ello se debe a los actos de corrupción y delincuencia por parte de servidores públicos dedicados a la seguridad. Pero también a que se han desarrollado programas para “disminuir” la delincuencia que dejan de lado la relación con la sociedad.

La relación cotidiana entre policías y ciudadanos es diferente, dependiendo de quién sea el que la inicie. Los policías detienen a personas para hacerles revisiones “de rutina”, para pedirles que se identifiquen, para detenerlos por delitos, para infraccionarlos cuando viajan en automóvil, y en el mejor de los casos para brindarles ayuda o apoyo ante una situación violenta o delictiva. En cuanto a los ciudadanos generalmente establecen relación con los policías para pedirles informes sobre alguna calle o dirección, solicitarles ayuda o denunciar un posible delito.

Arturo Alvarado, en su libro que está por aparecer titulado “El tamaño del infierno: la criminalidad en la zona metropolitana de la ciudad de México”, muestra que el mayor contacto obedece a asuntos de tránsito (21%). La dinámica misma del espacio urbano permite a los policías de tránsito establecer contacto en situaciones donde el automovilista muchas veces sabe y/o asume que cometió una falta al reglamento de tránsito; o en casos diferentes donde hay “retenes” de revisión vehicular y el automovilista no tiene la documentación en forma, pueden suscitarse situaciones que conllevan una conducta fuera de la ley. La segunda forma de contacto es la que hace el ciudadano al policía para reportar ser víctima de algún delito (16%).

Arturo Alvarado menciona que el 70% de los contactos son iniciados por los policías, mientras que el 30% restante lo hace un ciudadano. Esto puede mostrar la poca disposición que tiene la ciudadanía para recurrir a los policías por la desconfianza e intranquilidad que ello le genera. Pero en la relación entre ambos se construye también un tipo de interacción donde la infracción a la ley se resuelve mediante un “arreglo” (o “mordida”), que lesiona la imagen de las instituciones de seguridad y, a la vez, devalúa la percepción ciudadana en la autoridad policial. Este círculo vicioso caracteriza el imaginario de las dos partes y la alimenta de otras eventualidades que pueden presentarse.

Es decir, la falta de credibilidad y respeto entre los ciudadanos y los policías se debe en gran parte a la prepotencia y corrupción de los segundos, pero también los ciudadanos fomentan estos actos por evadir las responsabilidades y obligaciones que tienen. La sociedad pide la colaboración de la policía, pero al mismo tiempo la discrimina y desconfía de ella, lo que hace que los policías actúen en consecuencia de forma ofensiva.

No obstante, muchas veces la sociedad desconoce las funciones mínimas de la policía y la discriminación y desconfianza es generada quizá por la falta de este conocimiento. Por ello es sustancial exponer que la profesión de policía tiene muchos riesgos y características especiales. Por ejemplo: a) problemas de salud física y psicológica que provoca el stress, agotamiento, enfermedades, heridas y problemas de drogadicción, b) condiciones laborales desfavorables como los horarios excesivos de trabajo y c) desprestigio social que tiene la imagen del policía. “Socialmente el policía tiene que padecer la desconfianza y el desprecio de la población, asuntos que lo desmoralizan, así como también le afectan su situación familiar”, señala Nelia Tello Peón, en su artículo “Violencia, corrupción y seguridad pública”, en la revista Trabajo Social no. 19 de la UNAM. A ello hay que sumarle el trato prepotente que viven los policías por parte de sus jefes y mandos.

Por eso, buena parte de la inseguridad ciudadana radica, desde nuestra perspectiva, en una falta de reconocimiento de la identidad social (identidad de ser policía e identidad ciudadana) y sobre todo en un proceso de estigmatización del otro. “Cuando las personas se relacionan entre sí sobre la única base del estereotipo que tienen de las otras personas, surgen enormes problemas”, señala Erving Goffman, en su libro “Estima, la identidad deteriorada”. Añade que el estigma es la culminación de un proceso de desacreditación, basado no en los atributos de un fenómeno o una persona, sino en las relaciones que establece con su entorno.

De allí que en Alianza Cívica asumamos que la relación entre policías y ciudadanos está estigmatizada, y ello atenta contra el mantenimiento de la seguridad ciudadana. Es decir, los policías se sienten y son estigmatizados por los ciudadanos y por sus propios mandos; a su vez los ciudadanos son estigmatizados por los policías. Ello impide que ambos se encuentren y el resultado es un incremento de la violencia y la corrupción. En una siguiente colaboración plantearé cómo Alianza Cívica está buscado romper con dicho estigma, en aras de coadyuvar a la seguridad ciudadana